Lo que me contó el abuelo Pancho. Un cuento para celebrar los finaos.
Relato inspirado en la epidemia de Cólera Morbo Asiático que, en 1851, asoló Gran canaria.
Aquella noche era una noche muy emotiva para las familias de aquel pequeño y humilde pueblo de las medianías de Gran Canaria. Una noche llena de ausencias, donde el dolor y las lágrimas por la pérdida reciente de muchos de sus seres queridos se mezclaban con el miedo. El miedo que, junto con la muerte y la miseria, sembró el cuarto jinete del Apocalipsis entre la gente del lugar.
Pero el miedo que el despiadado jinete del corcel amarillo había depositado en sus corazones, que les robó la alegría, pero no la inocencia, no fue suficiente para que aquella noche los niños dejaran de cumplir con la tradición de visitar las casas del pueblo preguntando si ´había santos´, con la ilusión de recibir a cambio el agradecimiento y la simpatía de los vecinos en forma de un puñado de nueces o de castañas.
Aquel año, como sucedía en el resto de las familias del pueblo, alrededor de la mesa en la que la familia de la abuela Rosario celebraba la cena donde recordaban a sus finados había muchas sillas vacías. Las sillas vacías que dejaron las víctimas que segó el ponzoñoso dalle con el que el cuarto jinete diezmó al pueblo durante el verano.
Después de la cena, en la sobremesa, convencida de que nadie muere definitivamente mientras se mantenga en el recuerdo de sus seres queridos, la abuela Rosario, para que la familia no se olvidara de los que en otro tiempo ocuparon las sillas que aquella noche quedaron vacías, comenzó a hablar de sus finados, de sus bondades, de sus aventuras y desventuras cuando todavía transitaban por, según ella, este valle de lágrimas, antes de tomar el eterno sendero de la muerte.
Entretanto que la familia, entre silencios, gemidos o lágrimas escuchaba con atención a la abuela Rosario, Juanillo, el vástago más tierno de la familia, subido sobre una silla y apoyado en el quicio de la ventana, se distraía observando como a través de los cristales de la misma una pequeña luz, procedente de la ladera de la montaña, entraba en la casa para unirse a la llama de la lámpara de aceite que la abuela Rosario había colocado junto a la foto de su esposo, formando las dos una llama más viva, más luminosa.
Al borde de la media noche, un rancho de ánimas hizo estremecer el silencio dolorido y oscuro de las calles empedradas con sus canciones monódicas y responsoriales, que parecían salir de las frías tumbas que en la falda de la montaña acogían a los que habían fallecido durante el verano a causa de la epidemia de cólera.
Acabada la velada, el pequeño Juanillo se acercó a la abuela Rosario para decirle que, mientras ella le hablaba a la familia, el abuelo Pancho había bajado de la montaña para hablar con él. Que le había dicho que dentro de muchos años el jinete llamado Muerte, volvería a cabalgar de nuevo sobre el lomo de un caballo amarillo, y que, como ocurrió aquel año, volvería a sembrar la Tierra de un mal invisible, que haría germinar de nuevo en la humanidad el miedo, el hambre, la miseria, y la muerte.
La abuela, en silencio, se giró hacia la ventana, para que su nieto no viera como se enjugaba las lágrimas con su viejo y raído delantal.
Recuerda que la mejor forma de conquistar a un pueblo es secuestrándole su cultura. Niégate a celebrar Halloween y homenajea a nuestros finaos.
José Juan Sosa Rodríguez.
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